
Siempre he sido una persona de complexión delgada, a pesar de que estoy segura que a estas alturas si no hubiera cambiado mis hábitos alimentarios, esto ya no sería así. Lo puedo intuir observando cuál es mi predisposición genética y hacia dónde iba cuando decidí hacer el cambio (ya me costó perder los 4 kilos que me quedaron después del segundo embarazo).
El caso es que, con esta excusa, durante más de 30 años me permití todo tipo de concesiones alimentarias. Fui la niña, la chica y la mujer del pan Bimbo, las galletas Príncipe, los Filipinos, los cruasanes, la leche con Colacao a todas horas, los quesitos, las copas danone, los macarrones, las pizzas, la carne empanada, los zumos envasados… Vamos, una persona de tantas que seguía el modelo de alimentación de la gran mayoría de niños, adolescentes e incluso adultos, de hace 30 años y de la actualidad, porque es la que nos venden como normal y variada: leche, azúcares y harinas a raudales.
En ningún momento, ni yo ni mi familia y, lo que es más grave, ninguno de los especialistas a los que acudí a lo largo de los años por las diferentes molestias y trastornos de salud que sufrí, nos planteamos que la forma de alimentarme pudiera ser la responsable de lo que me pasaba.
Brenda Ballell
Ya desde los 14-15 años, mis reglas eran extremadamente dolorosas. El ginecólogo, después de decirme que todo estaba bien a través de las revisiones rutinarias, me recetó diferentes tipos de medicamentos antiinflamatorios hasta acabar con uno de los más potentes y con más efectos secundarios, y finalmente con anticonceptivos.
Nadie sospechó tampoco que pudiera ser la razón de mis rinitis, estornudos y picores de piel, por los que solo me dijeron que tenía alergia a los ácaros del polvo y me tenía que tomar antihistamínicos cuando tuviera estos síntomas.

Recuerdo que yo siempre decía que tenía suerte porque no me parecía a mi madre, a mis tías y algunas de mis primas, ya que ellas sufrían de migrañas y yo no. Hasta que tuve mi primera migraña a los 23 años. ¡Me acordaré siempre de aquel día! Las migrañas se fueron repitiendo, de forma más recurrente. Eran de alta intensidad y con áurea. En más de una ocasión tuve que estar ingresada en el hospital unas horas, porque me provocaban pérdida de sensibilidad en medio cuerpo. Alguna vez, también me tuvieron que acompañar a casa desde el trabajo. Y lo peor de todo es que, como no sabía cuando tendría una crisis, siempre sufría por si el día que tenía algo importante que hacer o celebrar mis migrañas me pudieran estropear los planes. Me puse en manos de un neurólogo de renombre y, una vez hechas varias pruebas y descartados los diferentes orígenes posibles, me recomendó una medicación preventiva. La seguí durante 3 años y, si bien me ayudó, dependía de ella cada día. De hecho, me dijeron que, que si me funcionaba, la podía tomar toda la vida.
También tuve acné hormonal durante bastantes años y me acompañaban a menudo síntomas como el cansancio, mareos, contracturas cervicales y gases. Pasé una época muy floja emocionalmente y los especialistas me ayudaron recetándome un antidepresivo con solo 22 años.
Estudié farmacia y en aquellos momentos, esta manera de entender y tratar la salud, me parecía normal. ¡Ahora me parece increíble!!!! ¿Cómo podía estar tan ciega???? ¿Con qué visión nos forman en este país a los profesionales de la salud????
Brenda Ballell
Fue Xevi Verdaguer, psiconeuroimmunólogo, quien me dijo después de hacerme muchas preguntas, de escucharme y de pedirme unos análisis específicos, que todo lo que me pasaba estaba relacionado y tenía un origen común: mi sensibilidad al gluten y un exceso de histamina en mi cuerpo. Como lo que me explicaba me parecía totalmente lógico y coherente, seguí sus recomendaciones al pie de la letra.
El cambio fue radical y espectacular. La regla dejó de hacerme daño, se acabaron los ibuprofenos, enantyums y feldenes, los antihistamínicos por los síntomas de alergia, ya no se me tapaba la nariz ni las orejas ni me picaba la piel. Se acabaron las migrañas y dejé la medicación del neurólogo. Me deshinché, desinflamé y mejoraron mis heces. No lo he comentado antes, pero tendía a alternar cacas pastosas o bolitas. Y gané muchísima energía y ganas de hacer cosas.
Y viendo lo que me pasó, quise entender el porqué, el mecanismo, la parte científica. Porque yo soy así, soy una mujer de ciencia y necesito evidencia. Y me formé haciendo el posgrado en psiconeuroimmunología dirigido también por Xevi Verdaguer, quien fue primero mi terapeuta, después mi profesor y después mi jefe, ya que he tenido el honor de formar parte de su equipo profesional durante 6 años.
Ahora mismo conozco cómo funciona mi cuerpo y sé cómo cuidarlo, sé lo que le conviene y lo que no. He integrado con total normalidad los nuevos hábitos alimentarios en mi día a día y los disfruto. De hecho, sería incapaz de volver al punto de origen. Ahora bien, ya no soy tan estricto como lo fui durante el primer año. Entonces hice un reset y un proceso de cura. Ahora vivo en equilibrio, por lo que me permito las concesiones alimentarias que yo decido.

A mí no me rige el modelo social alimentario, el que venden en los supermercados, el que come la mayoría. Tampoco el marketing. En cuanto a la alimentación, mando yo y yo decido qué me como y cuándo lo como, y me siento muy orgullosa de cómo lo gestiono.
Brenda Ballell